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La libertad de la voluntad |
Una piedra recibe por la acción de una causa exterior, una determinada cantidad de movimiento, por la cual, sigue necesariamente moviéndose después de cesar el impacto de la causa exterior. Esta inercia por la que la piedra sigue moviéndose no es necesaria sino forzada, porque hay que definirla por el impacto de una causa exterior.
Lo que en este caso vale para la piedra, vale igualmente para cualquier otra cosa, por más compleja y polifacética que sea; es decir, que todo está determinado necesariamente a existir y actuar de modo fijo y preciso por causas externas.
Supongamos ahora que la piedra, mientras está en movimiento, piensa y sabe que se esfuerza lo más que puede en continuar moviéndose. Esta piedra que sólo es consciente de su esfuerzo, y no actúa de modo indiferente, creerá que es enteramente libre y que sólo continúa moviéndose porque así lo quiere.
Pues ésta y no otra es la libertad humana que todos pretenden poseer, y que sólo consiste en que el hombre es consciente de su deseo, pero sin conocer las causas que determinan su actuar.
Del mismo modo, el niño cree que desea la leche libremente, y el muchacho colérico que libremente exige vengarse, y el miedoso la huida. Asimismo, el ebrio cree que dice por libre decisión lo que en estado normal preferiría no haber dicho; y como este prejuicio es innato a todos los hombres, no les es fácil librarse de él.
Pues a pesar de que la experiencia nos enseña claramente que el hombre no sabe moderar sus deseos, y que, impulsado por pasiones contrarias, si bien es consciente de lo bueno, hace lo malo; no obstante, se considera libre porque hay cosas que él desea menos que otras, y porque puede refrenar fácilmente algunos deseos a través del recuerdo de otros que a menudo le surgen.
Sólo porque el hombre es consciente de su acción, se considera a sí mismo como el causante libre de ella. Pero no se da cuenta de que le incita un motivo, al cual se ve obligado a obedecer.
Spinoza
Eduard von Hartmann
Robert Hamerling
Examinemos más de cerca estas palabras.
¿Tienen realmente sentido?
Entonces, ¿la libertad del querer debería consistir en poder querer algo sin razón y sin motivo?
Pero, ¿qué significa querer, sino tener un motivo de hacer o de desear una cosa más que otra?
Querer algo sin razón o sin motivo significaría querer algo sin quererlo. Al concepto de querer se une inseparablemente el concepto del motivo. Pues sin un motivo determinante la voluntad se convierte en una facultad vacía; sólo por el motivo se hace activa y real.
Por lo tanto, es enteramente correcto decir que la voluntad humana no es “libre”, en cuanto que su dirección está siempre determinada por el motivo más fuerte.
Por otra parte hay que admitir que frente a esta “falta de libertad” es absurdo hablar de una concebible “libertad” de la voluntad, que consistiría en poder querer lo que no se quiere.
No percibimos las causas que condicionan nuestro querer, y por ello pensamos que no está condicionado causalmente.
Pero basta de ejemplo que demuestran que muchos combaten la libertad sin saber siquiera en qué consiste.
Se sobreentiende que una acción cuyo autor no sabe por qué la realiza, no puede ser libre.
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