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Intelecto parcial e intelecto universal

Huestes de hombres, llamados héroes, que se despanzurraban durante diez años seguidos bajo las murallas de una pequeña ciudad, por culpa de una vieja seducida; el viaje de un vivo en el embudo de los muertos como pretexto para hablar mal de los muertos y de los vivos; un loco hético y un loco gordo que van por el mundo en busca de palizas; un guerrero que pierde la razón por una mujer y se divierte en desbarbar las encinas de las selvas; un villano cuyo padre ha sido asesinado y que, para vengarle, hace morir a una muchacha que le ama y a otros variados personajes; un diablo cojo que levanta los tejados de todas las casas para exhibir sus vergüenzas; las aventuras de un hombre de mediana estatura que hace el gigante entre los pigmeos y el enano entre los gigantes, siempre de un modo inoportuno y ridículo; la odisea de un idiota que a través de una serie de bufas desventuras sostiene que este mundo es el mejor de los mundos posibles; las peripecias de un profesor demoníaco servido por un demonio profesional; la aburrida historia de una adúltera provinciana que se fastidia y, al fin, se envenena; las salidas locuaces e incomprensibles de un profeta acompañado de un águila y de una serpiente; un joven pobre y febril que asesina a una vieja, y luego, imbécil, no sabe siquiera aprovecharse de la coartada y acaba cayendo en manos de la Policía.

Publicado por Pause Editar entrada contiene 3 comentarios.
  Anónimo

jueves, 19 junio, 2008  

Admitirá usted, no obstante, doctor, que el hombre del siglo XIX podía creer que la ciencia, un día, explicaría el mundo. Renán, Berthelot, Taine, en el comienzo de sus vidas, lo esperaban así. El hombre del siglo XX no tiene ya tales esperanzas. Sabe que los descubrimientos hacen retroceder el misterio. En cuanto al progreso, hemos comprobado que las potencias del hombre no han producido más que hambre, terror, desorden, tortura y confusión del espíritu. ¿Qué esperanza nos queda? ¿Para qué vive usted, doctor?

«Ya no son Berthelot o Taine quienes pueden atestiguar el porvenir humano, sino más bien hombres como Teilhard de Chardin»

De una reciente confrontación entre sabios de diversas disciplinas, se desprende la idea siguiente: tal vez un día nos serán revelados los últimos secretos de las partículas elementales por el comportamiento profundo del cerebro, pues éste es el fruto y la conclusión de las reacciones más complejas en nuestra región del Universo, y sin duda en sí mismo las leyes más íntimas de esta región.

  Anónimo

jueves, 19 junio, 2008  

Mientras las armas absolutas se multiplican, la guerra cambia de rostro. Se desarrolla un combate ininterrumpido en forma de guerrillas, de revoluciones palatinas, de celadas, de quintas columnas, de artículos, de libros y de discursos. La guerra revolucionaria remplaza a la guerra a secas. Este cambio de las formas de la guerra corresponde a un cambio de los fines de la Humanidad.

Las guerras se habían hecho para «tener».

Antaño, la Humanidad se destrozaba para partirse la tierra y gozar en ella; para que algunos se repartiesen los bienes de la tierra y gozaran de ellos.

La guerra revolucionaria se ha hecho para «ser».

Ahora, a través del incesante combate que evoca la danza de los insectos que se tientan mutuamente las antenas, todo transcurre como si la Humanidad buscara la unión, la agrupación, la unidad para cambiar la Tierra.

Los hombres de ciencia, al perfeccionar también las armas psicológicas, no son extraños a este profundo cambio. En este sentido, la Historia es un movimiento mesiánico de las masas. Este movimiento coincide con la concentración del saber. Ésta es la fase que atravesamos en la aventura de una hominización creciente, de una asunción continua del espíritu.

  Anónimo

jueves, 19 junio, 2008  

Para muchas personas, decir que todo es relativo es sinónimo de decir que todo da igual y que todo es justificable.

Otros aluden a la teoría de la relatividad de Einstein, para dar un carácter científico a tales ideas.

Pero la teoría de Einstein no tiene como conclusión lógica que todo da igual, sino más bien que existen relaciones entre las cosas y entre el observador y lo que observa.

Einstein dudó si llamar a su teoría Teoría de las invariantes, porque lo que dice la teoría de la relatividad es, entre otras cosas, que la medición del tiempo, de la velocidad o del movimiento depende del sistema inercial en el que nos hallemos.

Si traducimos sistema inercial por marco de referencia, podemos decir: nuestras observaciones dependen del marco de referencia desde el que las hagamos.

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